Cancún: la ciudad (in)caminable

Tiziana Roma Barrera
Cronista independiente, activista urbana, escritora

Caminar debería ser la forma más simple, libre y segura de moverse en una ciudad. También la más natural. Sin embargo, en Cancún —una ciudad que nació con una visión moderna y humana— caminar se ha vuelto una actividad riesgosa, incómoda y, en muchos casos, peligrosa. 

Lo mismo ocurre con quienes usan la bicicleta como medio de transporte. Hoy, desplazarse sin automóvil implica exponerse diariamente a la negligencia de un modelo urbano que ha traicionado sus orígenes. No puedo comprobarlo con documentos oficiales, pero estoy convencida —y lo digo con orgullo— de que Cancún fue la primera ciudad del mundo en nacer con una ciclopista integrada en su diseño urbano. 

En los años 70, mientras otras ciudades sacrificaban espacio peatonal en favor del automóvil, Cancún nació rebelde: una ciudad a escala humana. Inspirada en los postulados urbanísticos de las  ciudades utópicas, plasmados en la Carta de Atenas, se organizó en supermanzanas autosuficientes, con escuelas, parques y andadores peatonales, conectadas por avenidas de no más de dos carriles, pensadas para tránsito local y coronadas por glorietas de baja velocidad. Dar el paso era algo natural. Era una ciudad pensada para las personas.

image-1 Cancún: la ciudad (in)caminable

Con el tiempo, y el gastado discurso de que “la ciudad creció” y “ya no somos un pueblito”, dimos pasos hacia atrás. Las avenidas que antes contaban con camellones y cruces seguros hoy se han convertido en barreras hostiles para quienes se atreven a cruzarlas. Los límites de velocidad, antes no mayores a 50 km/h, hoy alcanzan los 70. Banquetas que desaparecen, ciclovías invadidas por taxis y motos, glorietas convertidas en circuitos de velocidad. El mensaje es claro: en Cancún, el conductor motorizado es rey, y el peatón, un estorbo. Esto contradice por completo la lógica de la pirámide de movilidad urbana, donde el peatón debe estar en la cima. Caminar o pedalear no es una moda: es una necesidad para miles de trabajadores, estudiantes, personas mayores y repartidores. Y son precisamente quienes más arriesgan su vida cada día. 

La ciudad no solo no los cuida: los expone.

Hace tiempo tuve la oportunidad de tomar un curso sobre Misión Cero con enfoque sistémico, y me cambió la mirada. Aprendí que el problema no es la “falta de educación vial” de los peatones o ciclistas, sino la ausencia de infraestructura segura. No podemos seguir culpando a las víctimas por un sistema mal diseñado. Si un cruce es mortal, si una ciclovía termina en una trampa, si una banqueta está rota o no existe, entonces el problema no está en la gente, sino en el sistema.

Una intervención que siempre me ha marcado es la del exalcalde de Bogotá Antanas Mockus, quien durante su gestión impulsó una campaña poderosa: pintar una estrella negra en el asfalto, justo donde una persona había muerto atropellada. Una estrella por cada vida perdida. Imaginen Cancún bajo ese espejo. ¿Cuántas estrellas veríamos? ¿Cuánto negro cubriría nuestras calles?

Lo irónico —y dolorosamente simbólico— es que Cancún fue sede reciente de la Cumbre Mundial de Movilidad. Un evento que promueve soluciones sostenibles mientras la ciudad anfitriona sigue profundizando su crisis de movilidad. Y eso que no toco el tema de transporte público, sumido en la más oscura de las crisis provocada principalmente por el gobierno estatal. ¿Cómo, entonces, hablar de ciudades inteligentes si aquí caminar es jugarse la vida?

Cancún necesita una transformación urgente. No se trata de una ocurrencia urbanista ni de activismo romántico. Se trata de poner la vida en el centro de las decisiones: reducción real de límites de velocidad, ciclovías seguras y continuas, banquetas dignas, cruces protegidos. No son lujos, Son condiciones mínimas para la convivencia y la supervivencia. Recuperar la escala humana no es mirar al pasado con nostalgia. Es mirar al futuro con inteligencia. Es entender que el bienestar no puede depender de la velocidad ni del automóvil. Es volver a lo esencial: diseñar ciudades para las personas, no para las máquinas.

Porque una ciudad donde ser peatón es un acto de valentía es una ciudad que ha perdido totalmente el rumbo.

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